viernes, 5 de abril de 2013

Vivir de la cultura


El materialismo histórico de Marx y su enfoque específico sobre la mercancía, plantean la duda sobre la conceptualización de la cultura como un bien enajenable. La difusión  cultural nos presenta una amplia gama de oportunidades para salir de la "rutina" de  las congestionadas y estresantes ciudades.
Hace unas cuantas noches atrás escuchábamos a Jean Teller presentando su libro “Nada”, criticando al sistema deshumanizador que implica el capitalismo y su consumismo atroz de mercancías que hace de las persona únicamente un instrumento más del denominado “sistema”; un lugar común ya en esta época.

Pero, ¿cómo luchar en contra del sistema de homogenización monetaria en el cuál los valores de uso se convierten en valores de cambio a diestra y siniestra? La cultura en momentos se pinta y se disfraza de bien de cambio, un bien de cambio que se convierte a la vez en fetiche como el símbolo de cargar un libro siempre aunque no se lea, de llenar de publicidad la industria del libro ya sea con bolsas para cargar libros o con espectaculares que denuncien la incultura como algo chusco.

Sin embargo inmersos en el problema del desequilibrio entre la globalización con su  estandarización cultural y la lucha por la prevalencia de la cultura interna, caemos en ambigüedades sobre los libros que tenemos que leer, la música que debemos escuchar, el cine y la fotografía que debemos de ver, a qué museo asistir y así sucesivamente.

¿La cultura debería de ser comercializada? la respuesta es una distorsión entre el concepto humanizador de Marx y los conceptos de la nueva economía clásica. Dentro de un país en el cual la violencia es aparente en todas las calles, el analfabetismo funcional es cada vez mayor, así como el sistema educativo es cada vez más inestable, organizaciones externas al sistema oficial de la difusión cultural son día a día más necesarias.

El papel del Estado como difusor de la cultura y constructor de la misma como lo fue en el México posrevolucionario con organizaciones sociales, así  como con los propios artistas quedó obsoleto entrada la década de 1970 con el inicio de las crisis recurrentes. El papel de las nuevas organizaciones de difusión cultural se enfrentan al dilema de humanizar comercializando sin distorsionar las artes de lo que sería el falso sentido de lo “que vende”.

Nuestro trabajo como humanos consumidores de cultura es discernir a juicio propio cuales son aquellas actividades que nos acercan a la rehumanización de nuestra mente. Mientras sigamos sentados en el mismo sistema económico nos seguiremos presentando como electores de “los que viven de la cultura”.

Rodrigo Olivares
Contacto proyecto.cultural.passus@gmail.com

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