El materialismo
histórico de Marx y su enfoque específico sobre la mercancía, plantean la duda sobre la conceptualización de la cultura como un bien
enajenable. La difusión cultural nos
presenta una amplia gama de oportunidades para salir de la "rutina" de las congestionadas y estresantes ciudades.
Hace unas
cuantas noches atrás escuchábamos a Jean Teller presentando su libro “Nada”,
criticando al sistema deshumanizador que implica el capitalismo y su consumismo
atroz de mercancías que hace de las persona únicamente un instrumento más del
denominado “sistema”; un lugar común ya en esta época.
Pero, ¿cómo
luchar en contra del sistema de homogenización monetaria en el cuál los valores
de uso se convierten en valores de cambio a diestra y siniestra? La cultura en
momentos se pinta y se disfraza de bien de cambio, un bien de cambio que se
convierte a la vez en fetiche como el símbolo de cargar un libro siempre aunque
no se lea, de llenar de publicidad la industria del libro ya sea con bolsas
para cargar libros o con espectaculares que denuncien la incultura como algo
chusco.
Sin embargo
inmersos en el problema del desequilibrio entre la globalización con su estandarización cultural y la lucha por la
prevalencia de la cultura interna, caemos en ambigüedades sobre los libros que
tenemos que leer, la música que debemos escuchar, el cine y la fotografía que
debemos de ver, a qué museo asistir y así sucesivamente.
¿La cultura
debería de ser comercializada? la respuesta es una distorsión entre el concepto
humanizador de Marx y los conceptos de la nueva economía clásica. Dentro de un
país en el cual la violencia es aparente en todas las calles, el analfabetismo
funcional es cada vez mayor, así como el sistema educativo es cada vez más
inestable, organizaciones externas al sistema oficial de la difusión cultural
son día a día más necesarias.
El papel del
Estado como difusor de la cultura y constructor de la misma como lo fue en el
México posrevolucionario con organizaciones sociales, así como con los propios artistas quedó obsoleto
entrada la década de 1970 con el inicio de las crisis recurrentes. El papel de
las nuevas organizaciones de difusión cultural se enfrentan al dilema de
humanizar comercializando sin distorsionar las artes de lo que sería el falso
sentido de lo “que vende”.
Nuestro trabajo como
humanos consumidores de cultura es discernir a juicio propio cuales son
aquellas actividades que nos acercan a la rehumanización de nuestra mente.
Mientras sigamos sentados en el mismo sistema económico nos seguiremos
presentando como electores de “los que viven de la cultura”.
Rodrigo Olivares
Contacto proyecto.cultural.passus@gmail.com
Rodrigo Olivares
Contacto proyecto.cultural.passus@gmail.com
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